El profesor Andrea Riccardi ha dicho, el pasado fin de semana en Madrid, que la Iglesia lleva la globalización en sus cromosomas. Las dimensiones del mundo, las medidas de lo físico y de lo humano, la conciernen y la implican. El camino del hombre es el camino de la Iglesia.
Sin embargo, con demasiada frecuencia los cristianos nos olvidamos del sufrimiento de nuestros hermanos en la fe a causa de una deficiente comprensión de lo religioso, de una extraña renuncia a la comunión con quien sufre.
A los cristianos nos ha pasado no poco que, como ha recordado el fundador de la Comunidad de San Egidio, "estamos en un tiempo en el que el pan y la paz de los demás interesan relativamente poco. Estamos en un tiempo en que cambiar el mundo interesa poco. Al hombre y a la mujer del 68 y de los años sucesivos, sumergidos en un prometeico voluntarismo que les empujaba a creer que podían cambiar deprisa el mundo, les ha seguido gente concentrada en la fatiga de vivir, que se reconoce impotente para incidir en la historia".
La globalización de la vida cristiana, y los valores subyacentes cimentados en la inviolable dignidad de la persona, está amenazada. George Steiner describió nuestra época como "la era de la irreverencia". La separación de lo sagrado y lo profano, efecto de la imparable secularización, ha hecho que no pocos confundan, desde posiciones profanas, lo sagrado y lo conviertan en objeto de mofa y escarnio público. También hay otro mundo, numeroso, cuantioso, que aún no ha marcado los límites de esta separación y vive bajo la imposición de lo sagrado sobre lo profano. Este mundo tiene una pretensión sistemática de conquista de los espacios. Un atentado a lo sagrado supone un atentado a lo civil, profano, y, por tanto, debe ser objeto de reacción y exterminio.
Vayamos a los ejemplos del proceso en el que nos encontramos: de la irreverencia a la persecución. En Argelia acaba de ser aprobada en el Parlamento una ley que prohíbe con multas y cárcel las actividades conducentes a pretender convertir a un musulmán a otra religión. Se prohíbe y penaliza no sólo cualquier culto fuera de los edificios "previstos para ello", también la fabricación y distribución de materiales que "minen la fe de los musulmanes".
Marruecos no es un país diferente. Aunque se reconoce teóricamente la libertad de culto, el Código Penal castiga con penas no precisamente disuasorias el intento de que un musulmán abandone su fe para abrazar otra. Las Iglesias católica y protestante poseen un estatuto legal autónomo, pero sólo pueden atender a extranjeros. Las iglesias católicas están abiertas al público; poseen centros culturales, en los que se enseña el Corán. Cuando un joven de clase media universitario se convierte no es la policía la que suele perseguirlo, sino la familia, los vecinos, el entorno social.
Arabia Saudí es el ejemplo de un Estado en que la práctica de una religión distinta a la oficial puede acarrear problemas. Está prohibido cualquier culto público que no sea el del Islam. Un musulmán que se convierta a otra religión podría ser condenado. No existe la libertad religiosa, tal y como la entendemos en Occidente.
Otro caso, el del país más "laico" del mundo islámico, Turquía, a las puertas de su ingreso en la Unión Europea. Recientemente, el vicario apostólico católico para Anatolia, monseñor Luigi Padovese, señalaba que "la situación de los cristianos en Turquía es cada vez más difícil, y el miedo crece". El asesinato del sacerdote italiano Andrea Santoro no debe hacernos olvidar que quien le disparó lo hizo al grito de "Alá es grande". No se trata de un momento de ebullición de un sentimiento antioccidental, pues, según monseñor Padovese, "los cristianos son acusados de hacer proselitismo y de atentar contra la identidad de una tierra que debe seguir siendo 'turca y musulmana'. Es una acusación que coincide con los ataques de los círculos nacionalistas y de grupos islámicos radicales. Los católicos de diversos ritos son 30.000 dentro de una población de 70 millones".
¿Qué daña más la imagen de los musulmanes, las caricaturas de su profeta o las fotografías de los cristianos perseguidos en algunos países islámicos? Desde que ocurrió aquel primer "choque de civilizaciones" que fueron las reacciones a la publicación de las viñetas de Mahoma, hay quienes contemporizan con el proceso de ilustración dentro del Islam y se llevan las manos a la cabeza porque los motivos religiosos desencadenen una crisis política y social. Para comprender lo que les ocurre a ciertos seguidores del Islam no hay mejor punto de partida que entender la dimensión trascendente del hombre y el desarrollo de la fe, que afecta a todos los ámbitos de la vida.
Publicado en Libertad Digital, 5 de abril de 2006
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