Pienso que huiría asustado. Ver que los representantes municipales de su querida ciudad natal han aprobado una moción tan liberticida como la que hemos visto, seguro que le espantaría. No en vano puso en boca de Don Quijote estas palabras: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida” (Don Quijote de la Mancha, 2ª parte, cap. 58).
Puesto ¿qué es, sino un ataque flagrante a la libertad religiosa, la regañina oficial que el Ayuntamiento alcalaíno ha dirigido al Obispo de la ciudad, Mons. Reig Pla? Cualquier confesión religiosa ha de tener libertad para definir lo que es pecado y lo que no lo es. Pero al parecer, en Alcalá de Henares para que un líder religioso pueda definir qué es pecado, antes debe consultar al Ayuntamiento. ¿Por qué los ediles de Jabugo o Guijuelo no amonestan a la comunidad judía y a la musulmana, que consideran pecado el consumo de jamón? ¿Es que los homosexuales tienen más derecho a la igualdad que los aficionados a los productos ibéricos?
Es cierto que la Iglesia defiende su postura sobre la homosexualidad no solo como una cuestión religiosa, sino que aporta argumentos de derecho natural. Pero esta realidad no debe ocultar que también es una cuestión religiosa, y por lo tanto la decisión del Ayuntamiento de Alcalá de Henares, criticable con argumentos de razón, también es un ataque a la libertad religiosa.
Realmente esta decisión municipal en sí misma no tiene más importancia que la de una desagradable anécdota. El problema es que parece que sigue una tendencia internacional. Hace unos días la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos tuvo que emitir una nota para protestar por las intromisiones de la administración Obama en la independencia de la Iglesia Católica y otras denominaciones. Es preocupante que entre los gobiernos mundiales se ponga de moda entrometerse en los asuntos religiosos.
La raíz del conflicto está en reducir la libertad religiosa a una simple libertad de culto. Como si la libertad religiosa se limitara a salir en procesión por las calles o permitir que los creyentes puedan ir el domingo a los actos religiosos de su iglesia. En realidad, los poderes públicos han de garantizar que cualquier confesión religiosa pueda tener su propio cuerpo doctrinal, con sus dogmas y su propia definición de qué es pecado y cuáles son las obras buenas. Si a la libertad religiosa le suprimimos la autonomía de fijar contenidos doctrinales, es un envoltorio vacío, como si a alguien le regalamos un hermoso paquete de regalo, el cual al abrirlo ve con asombro que no contiene nada.
Una intervención de las autoridades civiles en estas materias es una injerencia intolerable, y los ciudadanos haremos muy bien en resistirnos jugándonos la vida como dijo Don Quijote, y como demostraron –entre tantos otros– los Santos Justo y Pastor, mártires en Alcalá de Henares en el siglo IV.
La libertad religiosa ha sido definida como la primera de las libertades, pues es como la piedra de toque de todo el sistema de libertades de un país. En beneficio de todos –creyentes y no creyentes– quiera Dios que sea respetada debidamente.