El preámbulo de la Constitución europea es importante para el futuro. Porque efectivamente hay que volver a definir hoy cuál es la identidad de Europa para hablar de sus fronteras y de su función en el mundo. No se puede construir un "novum" que las poblaciones europeas no sientan de modo participativo. La construcción europea necesita un "ethos" amplio y compartido, no restringido a los especialistas. Para ello es necesario un texto ideal, como el preámbulo, que inspire un sentimiento de pertenencia y -querría decir- sentimientos europeos. La labor que se ha hecho es discreta aunque necesariamente incompleta.
Ortega y Gasset, de regreso de América, a quien le preguntaba el motivo de su vuelta, respondía: "Europa es el único continente que tiene un contenido" (en español en el original). A los no españoles escapan los dos significados de la palabra "continente". El contenido de Europa -escribe Rémi Brague en"Europe, la voie romaine"- es el de contener y de estar abierta a lo universal. La civilización europea es una gran síntesis de contenidos y experiencias venidas del exterior o maduradas en su interior. En este sentido, el preámbulo tiene un "incipit" enérgico: "Conscientes de que Europa es un continente portador de civilización...". Así, la identidad europea se caracteriza por sus relaciones con los mundos vecinos y el mundo entero.
Que no se dé por descontada, sin embargo, la observación por mi parte sobre la ausencia del cristianismo en el texto. Se habla de "legados culturales, religiosos y humanistas". La alusión (en mi opinión insuficiente) al "impulso espiritual que ha atravesado Europa, y que sigue estando presente en su patrimonio" ha acabado por caer, junto con la mención de la Ilustración. Son bien conocidos los sentimientos laicos de pudor que han frenado un más sincero reconocimiento del papel de cristianismo. Francamente no tengo intención de "confesionalizar" el texto fundacional europeo. No obstante se habría podido hablar de "un impulso espiritual que ha atravesado Europa durante casi veinte siglos", sacando honestamente a la luz cómo este movimiento espiritual se identifica históricamente en gran parte con el cristianismo. Un texto que pretende ser una "Magna Charta", dirigida también a las jóvenes generaciones europeas, debe tener la virtud de ser franco, veraz y atractivo. Guste o no guste, el cristianismo ha tenido históricamente un papel esencial (no exclusivo) en la realidad europea.
Por lo demás, no es con las contraposiciones o los silencios que se deba enfocar la relación entre laicismo y religión. Durante la Segunda Guerra Mundial, un gran filósofo italiano (laico y liberal), Benedetto Croce, escribió un opúsculo con un título significativo, "Por qué no podemos dejar de llamarnos cristianos". No era una profesión de fe de un no creyente, sino el reconocimiento por un gran intelectual de la presencia del cristianismo en los procesos que han hecho la cultura europea. Del mismo modo, se podría escribir hoy algo así como "Por qué no podemos dejar de llamarnos laicos". La Iglesia católica, con el Vaticano II, ha afirmado su simpatía por la libertad religiosa y las libertades en general. El hombre y la mujer europeos, creyentes o no creyentes, son herederos de tradiciones cristianas y de tradiciones laicas. Europa debe saber conciliar las diversas tradiciones de las que es hija, no silenciarlas. Están, además, las opciones personales, religiosas o ideales, de cada uno de nosotros, pero ésa es otra historia, no la de un texto fundamental de referencia para todos, capaz de representar el pasado y de abrirse al futuro. He notado otra ausencia en las líneas del preámbulo: una referencia a la mayor de las tragedias europeas, la de la shoa. Alguien había propuesto utilizar la expresión "raíces judeocristianas" para incluir el judaísmo al hablar de religión. Me parece poco, y sólo políticamente correcto. Sobre todo porque no se habla de la tragedia de los judíos europeos del siglo XX, tal vez la parte más importante del drama de la Segunda Guerra Mundial, el que ha empujado a los padres fundadores de Europa por la vía de la unificación. Una referencia a esta tragedia habría sido importante. Hubiera representado una referencia decisiva también para los nuevos países miembros, que no han participado en la dolorosa reflexión realizada en Occidente durante medio siglo pero que también han estado involucrados en la destrucción de los judíos.
Habría dicho también que la Unión Europea es la conquista definitiva de la paz entre los países europeos. Es evidente que Unión significa paz en este continente donde por siglos se han librado guerras de forma sistemática. Una alusión más clara al pasado belicoso de nuestro continente habría eliminado su opción de futuro y su función en el mundo contemporáneo. Y ello, no obstante resulte claro el empeño político de la Unión a favor de la paz como se ve en el artículo 1 de los objetivos: "La Unión se propone promover la paz...". Igualmente se lee en el preámbulo que Europa se compromete a trabajar "a favor de la paz, de la justicia y de la solidaridad en el mundo". Una alusión a la historia dolorosa sobre la que se ha forjado esta voluntad de paz habría tenido un gran "appeal" sobre las conciencias europeas. Pero, al final, lo mejor es enemigo de lo bueno: tal vez deberemos contentarnos con este texto, marcado por los olvidos y los compromisos.