Se ha puesto de moda hablar de discriminación cuando se tratan ciertos temas sensibles para la doctrina de la Iglesia Católica, como el aborto o la homosexualidad.
Como consecuencia de ello se señala a la Iglesia como una fuente importante de discriminación -si no es la más importante- para los colectivos y grupos que apoyan la difusión -o como dicen ellos la “normalización”- de la homosexualidad. Son grupos muy activos que, entre otras estrategias, piden que la Iglesia revise su postura sobre esta cuestión.
Es paradójico, sin embargo, que mientras en los foros internacionales se proclama la libertad religiosa, a la vez se intenta callar la doctrina de la Iglesia Católica sobre la homosexualidad.
La enseñanza de la Iglesia sobre la homosexualidad también es religiosa
En efecto, la doctrina de la Iglesia sobre la homosexualidad es una doctrina religiosa, y como tal tiene derecho a ser difundida libremente. De otra manera los activistas homosexuales estarían pretendiendo dictar a las confesiones religiosas cuáles son sus creencias, lo cual es una intolerable intromisión.
Ciertamente no es solo una doctrina religiosa. Los autores católicos, junto con otros muchos autores, han elaborado argumentaciones basadas en la fuerza de la razón coincidentes con la doctrina de la Iglesia sobre la homosexualidad. Estos autores defienden que la Iglesia no impone la doctrina católica a la sociedad, y lo pueden decir porque ofrecen argumentos sólidos basados en la naturaleza humana sin necesidad de recurrir a la Biblia o al Magisterio de la Iglesia. La doctrina que predica la Iglesia Católica sobre la homosexualidad, pues, se puede defender por la fuerza de la razón, pero no se puede olvidar que la condena de los actos homosexuales también forma parte de la doctrina de la Iglesia Católica, y por lo tanto, es una doctrina religiosa.
Nadie está obligado a creer que la Biblia es un libro revelado, pero no se puede obligar a la Iglesia a alterar la redacción de este libro en versículos como este:
Por lo cual Dios los entregó a afectos vergonzosos; pues aun sus mujeres mudaron el natural uso en el uso que es contra naturaleza; del mismo modo también los varones, dejando el uso natural de las hembras, se encendieron en sus concupiscencias los unos con los otros, cometiendo cosas nefandas hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la recompensa que provino de su error (Rom 1, 26-27).
Tampoco nadie está obligado a creer que Juan Pablo II estaba asistido por el Espíritu Santo cuando aprobó el Catecismo de la Iglesia Católica, pero se debe respetar que la Iglesia considere que forme parte de su doctrina lo siguiente:
Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que ‘los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados’ (CDF, decl. "Persona humana" 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2357).
Pero esta doctrina ¿no es una discriminación para las personas que sienten tendencias homosexuales?
La Iglesia rechaza el pecado, no al pecador. La doctrina de la Iglesia es la de acoger y comprender al pecador, porque todos somos pecadores y estamos llamado a luchar para superar nuestros pecados. Nadie es responsable de sus tendencias. Todos estamos llamados a la mayor amistad con Dios, a pesar de que todos tenemos tendencia a pecar de un modo u otro. La Iglesia acoge a las personas con tendencias homosexuales igual que a los demás. Únicamente les pide -a ellos y a todos- que luchen por superar las tendencias que les llevan a cometer pecados.
Nadie está obligado a adherirse a la doctrina que indica que los actos homosexuales son pecaminosos, pero la libertad religiosa exige que se respete que algunos los consideren así. Eso sí, cualquier autor católico pedirá a las personas con tendencia homosexual que si no quieren creer en la capacidad de la Iglesia para juzgar de la moralidad de los actos homosexuales, al menos atiendan los argumentos de razón que se han dado en este sentido. No pocos rechazan los argumentos de razón que dan los autores católicos tachándolos de imposición de doctrinas religiosas a la sociedad, lo cual esconde una discriminación hacia esos autores, pues rechazan sus argumentos sin analizarlos por el mero hecho de que quienes los enuncian profesan una determinada confesión religiosa.
En definitiva, la Iglesia no condena la tendencia a la homosexualidad, lo que condena son los actos homosexuales. Y ello con la limitación de que nadie, salvo Dios, es capaz de juzgar la conciencia de otra persona. Por eso la Iglesia condena el hecho objetivo inmoral (en este caso el acto homosexual) dejando fuera de su juicio la responsabilidad moral de quien ha cometido ese hecho.
La negativa a admitir el matrimonio entre homosexuales, ¿no es una discriminación?
La cuestión del matrimonio entre homosexuales necesita aclarar una cuestión previa: nadie niega a los homosexuales su derecho a contraer matrimonio: los homosexuales pueden casarse igual que cualquier otra persona. Por matrimonio entendemos aquí el consorcio de toda la vida entre varón y mujer, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole. Ciertamente en ningún momento histórico se ha negado a los homosexuales su derecho a contraer matrimonio tal como se define esta institución.
Lo que actualmente pretenden los colectivos homosexuales no es el reconocimiento del derecho al matrimonio para los homosexuales, sino el cambio de la definición de matrimonio para que incluya a las uniones entre dos varones o entre dos mujeres. No es posible detenernos en este artículo en este punto, pero se puede apuntar que el matrimonio entre varón y mujer no es una institución arbitraria, sino que tiende a proteger la unión entre dos personas de cuyo amor vienen hijos al mundo, lo cual solo es posible si esa unión se realiza entre varón y mujer. El lector interesado podrá profundizar en este argumento en el artículo El contrato matrimonial y las uniones homosexuales.
En cualquier caso, interesa señalar que -además de los argumentos de razón que se pueden dar- los católicos consideran que la doctrina del matrimonio forma parte de la Revelación divina. No se puede negar a la Iglesia el derecho a organizar el matrimonio como estime conveniente. Nadie está obligado a adherirse a la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio, pero todos están obligados a respetar las creencias de los católicos sobre este punto. Resulta inadmisible que los grupos de presión homosexuales intenten decirle a la Iglesia lo que deben creer y lo que no deben creer.
Por eso, la acusación de que la Iglesia Católica discrimina a los homosexuales, esconde un ataque solapado al derecho a la libertad religiosa, pues lo que ciertos grupos de presión homosexuales intentan es que la Iglesia se adhiera a sus postulados, sin respetar la libertad de los católicos de creer lo que quieran.